miércoles, 25 de enero de 2017

El Tintineo de una Moneda


No sé a cuántos les ha pasado esto, pero creo que quizá sea una historia recurrente en nuestra ciudad.  Sales un día a comprar al centro, no importa lo que sea, pero por lo general vamos a una tienda específica de nuestra elección, ya que la preferimos porque tiene mayor variedad de productos, mejores precios o son los únicos que traen exactamente lo que buscamos. Vas, compras, vuelves a tu casa y ya está. Unos días o semanas después tenemos que ir de nuevo de compras, nos dirigimos al lugar de siempre, pero nos encontramos con la sorpresa de que ya no está, reemplazándolo un local con colores chillones en su fachada y luces fluorescentes que forman signos peso, mientras que adentro hay un sujeto hablando por alto parlantes, ofreciendo diversión y dinero fácil. Se trata de otra víctima que ha caído debido a la fiebre de los tragamonedas.

Recuerdo que todo comenzó tímidamente en los almacenes de barrio, donde aparecieron las primeras máquinas tragamonedas, algunas de funcionamiento bastante básico, pero que se transformaron rápidamente en el pasatiempo de las dueñas de casa, las cuales gastaban su vuelto con la esperanza de a lo menos triplicar lo gastado, lo cual ocurría en contadas ocasiones, porque algo que debemos tener claro en este caso es que siempre la casa gana, o no sería el negocio pujante que es.
Pero al poco andar los tragamonedas aparecieron en los locales de arcade, los cuales hacía tiempo que venían de capa caída debido a la masificación de las consolas, lo que a la larga hizo que cambiaran al rubro de casinos informales. Así, esos antiguos puntos de reunión de la incipiente comunidad ñoña de la ciudad se transformaron en nuestra versión flaite de un casino, carente absolutamente de las comodidades que estos prestan a su clientela.


Mientras este negocio todavía seguía siendo algo marginal, en nuestro país se decidió que el juego era una buena manera de fomentar el turismo y se reformó la ley de juegos de azar y casinos, permitiendo que muchas más ciudades en Chile pudieran contar con sus propios lugares de juego, terminando así con los clandestinos (donde principalmente se jugaba pocker). Además, esta ley entregaba a las administradoras de casinos el monopolio en lo que respecta a juegos de azar, lo cual dejaba a las máquinas tragamonedas que no se encontraran en un casino reconocido por la autoridad en la ilegalidad.
Pero hecha la ley, hecha la trampa. La genial solución que tuvieron aquellos locatarios que habían invertido en estas máquinas fue decir que eran juegos de habilidad y no de azar, como los antiguos arcade, cosa que, por desconocimiento u omisión deliberada, fue aceptada por la autoridad municipal que ha visado el crecimiento de este negocio a niveles que a mi parecer son grotescos. Ya no son solamente los viejos arcade (de hecho sólo el Galaxica 20 sobrevivió en el nuevo rubro) sino un sinnúmero de otros locales que dieron un gran salto, con mejores máquinas, instalaciones (algunas con segundo piso), animación y atención a público. Incluso algunos hacen sorteos semanales entre sus asiduos con premios que van desde televisores a autos… ¡autos! Y con todo esto tienen la desfachatez de decir que no son casinos con juegos de azar, como en la canción donde el animal tenía cola de león, tenía orejas de león, tenía pelo de león, garras de león, pero no era león.


En la actualidad hay más de diez negocios de este tipo sólo en el centro, lo cual nos transforma en la versión ultra pobre de Atlantic City (¿Qué esperaban? ¿Las Vegas?), todos bajo el permiso de entretenciones electrónicas (¿alguna vez jugaste Mortal Kombat y por hacer un Fatality la máquina te dio monedas?) y sin que nadie le moleste que haya cada vez más de estos sitios. Y no es que me enoje que la gente tenga lugares para entretenerse, pero en esta ciudad parece que hemos optado únicamente por lo chabacano para este fin, pues sino son maquinitas, tenemos schoperías y topples; pero ¿cuántas plazas, parques, teatros, bibliotecas o lugares para practicar deportes tenemos?
Al final, todo lo anterior importa un carajo, porque estamos ante un negocio que mueve millones y que se aprovecha de ambigüedades de la ley y de la desidia de nuestras autoridades. Por eso, cuando la nave de la catedral se llene de máquinas tragamonedas, cuando la Casa de la Cultura sea un inmenso café con piernas o cuando el casino Enjoy cierre por que no puede contra la competencia desleal, no nos extrañemos, pues ese es irremediablemente al camino al que nos dirigimos*.

*Obviamente en lo último exagero para marcar un punto. Por si alguien se ve tentado en tomárselo literalmente. 

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